27/5/14

Los peces del rey gitano


A mi amigo Ramón, le gusta contarme historias cerveza en mano, con una pastilla de metadona en la boca, y un macuto que lo acompaña a todas partes en su vida sin techo. Mientras arrampla con los caracoles del plato, farfulla luminosas historias de él y su tío, con el entrañable Rafael el Poeta, un trío superviviente y calavera dónde los hubo:

- Ahora mismo tengo toa la cara de una fregona, pero cuando era chavalito me tenías que ver. Me juntaba con mi tío Vicente y Rafael el Poeta y nos llevábamos a la guiris de calle. Vaya tres tíos guapos que fuimos, hostia:

Primavera de 1983. Es otra Sevilla. Ramón se levanta bien entrada la mañana en su cuartucho de la corrala de la Barqueta. Con legañas de a kilo, va flechado a escudriñar frigo y despensa, sin piedad. Tristes y caninas, aún esconden medio tomate y un currusco de pan. En la puerta suenan los nudillos del gran tío Vicente: - ¡Niño ponte el traje que nos vamos a por unas guiris al Alcázar!

Los tres gitanos bajan por calle Placentines como tres pinceles. Cada cual con traje de gala, americanas cruzaditas en tonos champán, ramita de romero en el ojal sus zapatos lustrosos. El tío Vicente y Ramón con sus guitarras en su funda de cuero, y el poeta con un bollo de pan en el bolsillo. En el alcázar entran gratis, como todo indígena, para enfilar a dónde andaban todas las guiris, el estanque Real, el estanque las carpas, junto al pasaje de Los Grutescos. Ya, allí apostados,  despedazan un bollo de pan, que arrojan al agua clara de la alberca. Al momento, comprueban admirados cómo albures, carpas enormes e incluso descomunales lucios emergen del fondo espoleados por su instinto carroñero.
- ¡Mira, quillo, tos los bichos locos con el bollo! –

En ese momento, el poeta aprovecha para soltar al agua un tiradillo que lleva de estraperlo. Ramón desenfunda la flamenca, la toca a los guiris que por allí se prendan. El apuesto y simpático flamenco, el bullir nervioso de los peces del rey, el idílico entorno de los jardines... Ramón ronea a la rubiácea de turno, su tío se le suma guitarra en ristre. Distraen las maniobras de pescador artesano, que el poeta practica en la inmediata retaguardia de la alberca.

-  En aquellos tiempos no había cámaras pon ningún lao, y claro, todavía podías quitarle algún pez al rey. Eso sí, cada pez podía pesar 3 y 4 kilos ¿tú sabes los bicharracos que llegó a pescar mi tío?

El poeta ha enganchado un lucio de unos 7 kilos. A duras penas y entre chapoteos superlativos se lo lleva detrás de un real seto para darle matarile. Ramón y el tío Vicente andan recibiendo monedas por su cantinelas y ya han quedado con un grupo de niñas sin hablar ni patata de su idioma. El guarda del Alcázar pasea lentamente, frente al estanque con careto de ‘ya os pillaré’. El poeta, agazapado como un comanche, tira de navaja para dividir en tres trozos el lucio que les ha tocado en gracia.

En esa época íbamos cada dos por tres pa el Alcázar y siempre pillábamos cacho: nuestras guiris, unas buenas pesetas y un pescao ¡y vaya pescaos! Así está la mamona del rey y su familia de bien criaos…

Tío Vicente y Ramón enfundan sus guitarras, a la par que van contando las pesetas ganadas tras la dura jornada. El poeta hace su aparición por una esquina del estanque Real. Lleva tres bolsas de distintos tamaños y colores: - Escuchadme, si os preguntan los guardas al salir de aquí, les decís que son bocadillos que os han regalao los guiris.

Los tres príncipes gitanos salen por la puerta de caballerizas, con sus guitarras, sus monedas, sus bolsas de ‘bocadillos’ y su sonrisa, mientras miran las preciosidades del norte que les esperan en el Patio de Banderas. – Niño, a ver dónde carajo dejamos ahora el pescao pa que no se ponga malo.

Al final nos pillaron bien. Pusieron cámaras y nos cogieron con el aparejo y demás, nos metió la policía pa dentro y nos dieron unas pocas de guantás. Nos quisieron enmarronar  bien. Llamaron a la Casa Real y contaron lo que habíamos hecho, y les contestaron que nos dejaran en paz, que no estaban los tiempos pa buscarse mala prensa con nosotros – tú sabes, era la época de la Transición…- Así que nos pusieron una multa de 50.000 pesetas  y nos soltaron gracias al rey. La multa la pagó su puta madre, porque éramos tos insolventes, pero al Alcázar no pudimos volver a entrar en la vida. El rey nos cerró las puertas de su casa pa siempre. Quillo, canijo ¿tienes pa otra cerveza?

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